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Martha Jiménez: mujer con luz propia

La obra en rápido y merecido ascenso de Marta Jiménez se atreve al juego difícil de hacer poesía y narración sin palabras, con la pura y ondulante materia de las formas femeninas. Su peculiar manera de penetrar en la cubanía resulta una confirmación más de una manera de decir que, sin la menor duda, ha encontrado su sitio especial en la plástica de la Isla.


Uno de los temas perceptibles en la obra de Martha es la feminidad, la cual se muestra con la fuerza y el volumen airoso, carnal y profundamente humano, que hacen del estilo de Marta Jiménez un caso tan especial, en nuestro medio artístico, por su capacidad de captar una belleza singular y, al mismo tiempo, popular en su más agudo sentido, densamente carnal, enraizada en la verdad de la experiencia: la artista, por esto, parece haber encontrado la misma ruta secreta que, en su momento, hizo de Botero un hombre para todos los tiempos. Marta Jiménez, en efecto, se empina hacia las verdades universales, en particular las de género, a partir de un arraigo indoblegable al la tierra esencial de la cultura cubana.

Pero no hay que dejarse engañar por la apariencia costumbrista y por la sonrisa fácil. Hay una ironía esencial, un palabra cortante, en las extraordinarias esculturas de barro de Marta, que aluden finamente al tiempo escamoteado por una vida contemporánea que, desde sus refinados y artificiales parámetros de belleza (tan ajenos en lo hondo a las turgentes mujeres criollas que la artista rescata para siempre), parece decidida a privarnos y a desafiar al arte a la difícil hazaña de crear sin renunciar al pálpito insistente de los breves días.

El tiempo, la intensidad real de la existencia, son temas solapados en las airosas imágenes de barro de esta singular artista. El tiempo, la tenaz e invencible idiosincrasia del cubano, el arte como tema de sí mismo, la mujer en su perfil exacto e intensamente táctil, cuando no sensual, la triple integración de la tradición, la existencia contemporánea y la imaginación creadora, forman quizás una buena parte de la magia a la vez poética, plástica y reflexiva de las obras de Marta Jiménez.

Pero la idea de que Marta ha surgido, como por impulso de una mágica varita legendaria, no es aceptable: su arte se levanta sobre una experiencia acumulada en años de reflexión y esfuerzo, de concentración de voluntad y, también, de gestión pedagógica como maestra del sistema de Enseñanza Artística. Ahora bien, a todos esos componentes, hay que agregar uno que es el principal: Marta ha sabido mirar, en tanto creadora, el entorno específico de su cultura.

Por eso, una vez instaladas varias de sus esculturas en la restaurada Plaza del Carmen, la percepción del visitante es muy curiosa: porque resulta que la remozada plaza parece trazada, construida para poder contener esas dicharacheras, platicadoras y cotidianas estatuas de la artista. Como en una inversión prodigiosa de papeles, lo accesorio parece ser la plaza centenaria y no las esculturas del presente. He ahí, en efecto, la magia del arte; he ahí, sin duda, la hazaña de Marta Jiménez, que ha sabido dotar de luz propia al minúsculo instante cotidiano en que las cosas se nombran en un impulso único, como la poesía de Eliseo Diego quiso subrayarnos.

El día cualquiera queda iluminado en la difícil transparencia del barro, a través del cual descubrimos la belleza única del día cualquiera, la poesía permanente del ser humano cotidiano.

Por: Luis Álvarez Álvarez.
Febrero de 2009.
Fuente: Centro Provincial del Libro y la Literatura de Camagüey